En la vida del creyente, el pecado a menudo se introduce inadvertidamente, y éste estorba la comunión con el Señor Jesús. Pero Dios ha provisto para este caso; 1 Juan 1:9 dice: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.
He aquí la fórmula divina en la que tiene parte nuestra responsabilidad. Si nosotros confesamos, ¡El perdonará! Esta es la promesa que Dios nos hace – no como consecuencia de implorar que nos perdone, sino por nuestra confesión La confesión, por supuesto, no es sencillamente repetir palabras para poder decir que nos hemos confesado. La confesión incluye la separación del pecado que hemos cometido. Con demasiada frecuencia caemos en el formalismo al orar. Decimos: “Señor, perdóname todos mis pecados, amén”. Y después nos preguntamos ¿por qué será que sentimos que hemos sido perdonados? En el momento en que nosotros reconocemos que es pecado lo que Dios dice que lo es, El nos perdona. Esto es parte del regalo que por amor nos ha dado, el cual debemos agradecerle desde lo más profundo del corazón. “Confortará mi alma” –con la comunión- “todos los días de mi vida”.
En segundo lugar –y considero que esto es tan importante como la confesión al surgir circunstancias difíciles, solamente El conforta mi alma. Cuando las presiones externas de la vida tienden a apagar toda la semejanza de Cristo que hay en mí, el Pastor, en su Espíritu Santo, promete confortarme en lo más íntimo de mi ser -¡todos los días de mi vida! Esto es lo que buscamos: alivio bajo las presiones, liberación de las tensiones. No es que El cambie o haga desaparecer las circunstancias, sino que produce en nuestro interior, como sólo El lo puede hacer, la paz que sobrepuja todo entendimiento –“todos los días de mi vida”.