Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amen Filipenses 3:20-21

NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

         Nuestro Señor Jesucristo es el unigénito Hijo de Dios.  El es uno con el Padre. Antes que los fundamentos del mundo fueran creados.
El ya era el amado de su Padre. “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, dios envió a su Hijo nacido de mujer y nacido bajo la ley”. Jesucristo nació hace cerca de 2,000 años en la aldea de Belén, en tierra de Judea. En muchos aspectos, Jesús fue diferente de las demás personas.  El es diferente porque es Dios y Hombre. No tuvo padre terrenal; José sólo fue  su padre adoptivo, pero María fue su madre; Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo antes de que José y María vivieran como esposos.  Nació por obra del Espíritu Santo, teniendo por madre a la virgen María, siendo así verdadero Dios verdadero Hombre. Por esta causa, El es el único Mediador entre Dios y los hombres.  Debido a que fue engendrado por Dios, El puede extender la mano y comunicarse con el Padre; y porque es nacido de mujer, puede extender la otra mano y salvar a la humanidad pecadora. Solamente El puede reconciliar a los pecadores con el Dios santo.

         La Santa Biblia se compone de 66 libros. Los primeros 39 forman el Antiguo Testamento, y los 27 restantes, el Nuevo Testamento. los cuatro primeros libros del Nuevo Testamento son los llamados evangelios.  Estos cuatro libros nos hablan del nacimiento de Jesucristo y de su vida maravillosa en la tierra hace como 2,000 años.

         Jesucristo vivió 33 años en este mundo haciendo bienes. Sanaba a los enfermos, daba vista a los ciegos, curaba a los leprosos y aun resucitaba muertos. Anduvo sobre las aguas y calmó las tempestades. En dos ocasiones, tomó unos pedazos de pan y unos panecillos y alimentó a grandes multitudes. De sus labios fluían palabras de consuelo. Sus enseñanzas y preceptos son considerados como los más elevados que la humanidad conoce. Su vida entera fue dirigida e impulsada por Dios.

         Vemos la maldad de los hombres en el hecho de que odiaron a Jesús a causa de sus enseñanzas y de sus obras. Vino a los judíos como rey, y ellos clamaron “¡Sea crucificado!”  Fue despreciado y maltratado por los hombres. En verdad, fue varón de dolores y sufrió el desprecio de la gente. Al enfrentarse con la muerte en una cruz por los pecados del mundo, sudó gotas de sangre. Oró a su Padre celestial: “Si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Fue condenado por el Sanedrín de los judíos porque temían ser suplantados por El.  Fue sentenciado a muerte en un juicio falso por el gobernador romano, Poncio Pilato.

          Le escupieron el rostro, rompieron sus vestiduras y lo azotaron con crueldad. Sobre su cabeza colocaron una corona de espinas y lo clavaron en una cruz en la cumbre del Calvario entre el cielo y la tierra. Aun allí, la multitud no cesó de insultarlo y mofarse de El, pero El oró: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Estando sangrando clamó: “Tengo sed”, y le dieron a beber vinagre. El sol se oscureció ante ese horrible espectáculo, y las tinieblas cubrieron la faz de la tierra. Jesús, al morir, exclamó: “Consumado es” con la plegaría: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Habiendo dicho esto, murió. Su cuerpo fue envuelto en lienzos limpios y colocado en una sepultura nueva.

         Antes de morir, Jesús había predicho a los discípulos que resucitaría después de tres días de estar en la tumba. Los principales de los judíos sabían de esta predicción y, ahora que había muerto, temieron que sus discípulos robaran su cuerpo de la sepultura y lo escondieran asegurando que había resucitado. Para evitar que tal cosa sucediera, le rogaron al gobernador Poncio Pilato que mandara sellar la tumba y colocara guardias romanos con el fin de que nadie pudiera perturbar el sepulcro.
El primer día de la semana judía, o sea el domingo, al despertar el alba, unas mujeres discípulas se acercaron al sepulcro con el fin de ungir el cuerpo  de Jesús, pero hallaron la piedra quitada y los sellos rotos. Apresuradamente avisaron a los discípulos lo que había sucedido. Dos de ellos, Pedro y  Juan, corrieron hacia el sepulcro, Juan, quien llegó primero, no sabia si entrar o no; pero Pedro entró y vio el sepulcro vació con el sudario a un lado. El cuerpo de Jesús había sido envuelto con lienzos. Los lienzos habían quedado en la forma del cuerpo de Jesús. Pero ahora nada había dentro. El cuerpo de Jesús se había deslizado de ellos, dejándolos como crisálida vacía.

         Los discípulos regresaron atónitos sin saber como explicárselo; pero María Magdalena, de la cual Jesús había echado siete demonios, y que amaba a Jesús con ternura, permaneció en el huerto cerca del sepulcro. Llorando. Vio cerca aun hombre, quien ella supuso que sería el hortelano, y le dijo: “Señor, si tú lo has llevado, dimo dónde lo has puesto, y yo lo llevaré”. Jesús entonces la llamó por su nombre: “¡María!” Y ella reconociéndolo, exclamó: “¡Raboni!” (que quiere decir Maestro). Dísele Jesús: “No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas vé a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”.  “Fue entonces María Magdalena para dar a los discípulos las nuevas de que había visto al Señor, y que él le había dicho estas cosas”.

         Aquel mismo día por la tarde, otros dos discípulos regresaban a sus hogares en las afueras de Jerusalén. Iban comentando los sucesos ocurridos en los últimos días, y  Jesús se acercó y caminó con ellos sin que lo reconocieran. En la conversación Jesús les interpretó todo lo que las Escrituras decían sobre El. Al llegar a la aldea, los discípulos lo invitaron a comer con ellos, y al partir el pan sus ojos se abrieron y reconocieron al Señor resucitado, quien se desapareció de su vista. Enseguida se levantaron para regresar a Jerusalén y contar a los discípulos lo que habían visto. Los hallaron reunidos, y al contarles su experiencia, Jesús mismo apareció en medio de ellos, diciendo: “Paz a vosotros”. Los discípulos, atemorizados, creían que estaban viendo un fantasma, pero Jesús les mostró las heridas de sus manos y la herida de su costado. Comió con ellos un  poco de pescado y parte de un panal de miel. Después les enseñó lo que las Escrituras decían de El.

         Tomás, uno de los discípulos, no estuvo presente durante esta aparición del Señor. Cuando le vieron los otros discípulos, le dijeron llenos de gozo: “Al Señor hemos Visto”. Pero Tomás les dijo: “Si no viere en sus manos la señal de los clavos y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré”.

         Una semana más tarde, otra vez estaban reunidos los discípulos y con ellos Tomás. Habían atrancado las puertas por miedo a los judíos. Jesús nuevamente apareció en medio de ellos, diciendo: “Paz a vosotros”. Dirigiéndose entonces a Tomás le dijo: “Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”. Entonces Tomás respondió: “¡Señor mío y Dios mío!” El apóstol Pablo nos dice que más tarde el Señor resucitado fue visto por más de 500 hermanos a un mismo tiempo. Lucas en los Hechos de los Apóstoles, declara:”Se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días”.

         La muerte y resurrección del Señor constituyen el corazón del evangelio. “Cristo murió por (mis) pecados, conforme a las Escrituras: y fue sepultado, y resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras”. Fue entregado para padecer por nuestros pecados, y fue levantado del sepulcro para nuestra justificación. 

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