Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amen Filipenses 3:20-21

EL MUNDO ES NUESTRO ENEMIGO

La Iglesia de nuestro Señor Jesucristo en el día de hoy carece de poder, porque son pocos los cristianos que conocen el sentido de la palabra bíblica “separación”.

 La palabra separación implica no sólo “separarnos de algo” sino además “separarnos para algo”. En todas las edades, Dios ha buscado un pueblo suyo separado. Abraham obedeciendo a Dios, salió de Ur de los Caldeos, y Dios por medio de él, estableció una nación nueva. Dicha nación de Israel tenía que ser un pueblo distinto de las demás naciones de la tierra. Pero ellos impidieron el plan divino al mezclarse con otras razas y adorar dioses falsos. Igualmente, la iglesia es la asamblea de aquellos que son llamados y separados del mundo. Sus miembros no son llamados a reformar, civilizar o aún cristianizar al mundo. Han de separarse de él, han de evangelizarlo. Dios está tomando del mundo un pueblo suyo distinto para gloria de su Nombre. (Hechos 15:14). El Nuevo Testamento está lleno de referencias sobre la conducta el cristiano para con el mundo. “Y no os conforméis a este siglo; más reformaos por la renovación de vuestro entendimiento”. (Romanos 12:2). Cristo se entregó “por nuestros pecados para librarnos de este presente siglo malo”. (Gálatas 1:4). El cristiano debe guardarse “sin mancha de este mundo”. (Santiago 1:27). Los amigos del mundo son llamados adúlteros y adúlteras. (Santiago 4:4). “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él”. (1 Juan 2:15). La tierra de Egipto simboliza en la Santa Biblia el mundo. Ciento sesenta veces contiene la frase “salir de Egipto”. Igualmente, hemos de salid del mundo. Por lo cual, “salid en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor”. (2 Corintios 6:17). “Salid de ella, pueblo mío, porque no seáis participantes de sus pecados”. (Apocalipsis 18:4). Cuando los hijos de Israel salieron de la tierra de Egipto, fue voluntad de Dios que entraran en la tierra de Canaán. Pero a causa de su incredulidad y querer regresarse, tuvieron que aguardar cuarenta años en el desierto.

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