Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amen Filipenses 3:20-21

METODO DE DIOS, PARA VENCER NUESTRO “YO”

La solución de todos nuestros problemas se encuentra en la Palabra de Dios. La carta a los Romanos muestra el método de Dios para hacer hombres justos.

En la primera parte (Romanos desde el principio hasta 3:20) se nos muestra lo que somos en nuestra naturaleza pecadora. Somos pecadores sin remedio por naturaleza, condenados ya y en dirección al infierno. La segunda parte (Romanos 3:21 al 5:21) explica la manera cómo Dios nos justifica por medio de la fe. La tercera parte (Romanos capítulos 6 al 8) nos muestra cómo el creyente debe vivir su vida espiritual. En esta porción hallamos la solución escripturística del problema de nuestro yo. Los capítulos 9al 11 de la carta se refieren en particular a los judíos, y lo restante de la carta (Romanos, capítulos 12 al 16) nos instruyen en cómo servir a Dios. En los últimos versículos del capítulo 5 de la carta a los Romanos, el apóstol Pablo nos enseña que “en donde abundó antes el pecado, la gracia abundará más después”. Y pregunta entonces lo que ocurre naturalmente: “¿Entonces podremos continuar pecando para que abunde más la gracia?” Y responde enfáticamente: “¡No!, en ninguna manera. ¿Cómo podremos permanecer muertos al pecado, si continuamos viviendo en él?” Esto es algo extraño para nosotros. ¡Muertos al pecado! ¿Qué significa esto? El apóstol Pablo nos dice que este es el significado de nuestro bautismo. Cuando Cristo murió en a cruz, nosotros morimos con El; cuando fue sepultado, lo fuimos con El en el bautismo, cuando resucitamos nosotros también a una nueva vida con El (Romanos 6:1 al 4). El versículo 6 del capítulo 6 de Romanos es el fundamento de esa nueva vida cristiana. En el se nos dice que al morir Jesucristo en la cruz, morimos con El y nuestro hombre carnal fue crucificado juntamente con El. Pero esto no es la victoria, es sólo el principio de la victoria, y debemos aceptar esta gran verdad en fe sincera. No podemos rehusarla a causa de ciertos sentimientos o a causa de nuestra conducta pasada. Debemos creer y aceptar esta gran verdad, porque Dios así lo ha dicho. Fe es aceptar la Palabra de Dios. En el versículo 11 de este mismo capítulo, se nos amonesta que juzguemos en verdad muertos al pecado, pero vivos a Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. Más dos requisitos son necesarios para poder hacer esto. El primero es: antes de que nos juzguemos de verdad muertos al pecado, debeos creer lo que Dios ha dicho en el e Versículo 6, a saber, que fuimos crucificados con Cristo. El otro es: que nunca nos juzguemos muertos en verdad al pecado, hasta que sinceramente creamos que nuestro propio “yo” es merecedor de la muerte. Mientras digamos: “Oh, yo sé que tengo muchos defectos y flaquezas, pero tengo también cosas buenas”, no tendremos la sinceridad necesario para condenar nuestro propio “yo” a la muerte. El santo Job pudo decir: “Me aborrezco a mí mismo.” El profeta Isaías al ver a Dios, pudo exclamar: “¡Ay de mí! Que soy muerto. (Isaías 6:5. Daniel clamó también: Mi hermosura se tornó en corrupción.” El Apóstol Pablo escribió: “Yo sé que en mí, o sea en mi persona de carne, no hay nada bueno. “ El famoso Juan Wesley escribió: “vil y lleno de pecado soy yo.” Mientras nos creamos poseídos de alguna bondad, nunca nos juzgaremos de verdad muertos el pecado. Este juicio propio es el punto crítico. Necesitamos convencernos de esta verdad con un acto definido de fe. Y debemos hacerlo continuamente. Debemos morir cada día. No podemos crucificarnos espiritualmente, así como tampoco lo podemos hacer físicamente, ni se nos pide que lo hagamos. Pero se nos ha mandado que creamos que en Cristo crucificado morimos y bajo esta base nos juzguemos como muertos. Obedeciendo a Dios en su palabra, este juicio de muerte se transforma en algo real. Dios no quiere dejarnos en la cruz o en la sepultura. Es Dios vivo y la fuente de toda vida. Quiere que gocemos de vida y con abundancia. Por tanto, al tiempo que nos juzgamos de verdad muertos al pecado. Dios nos asegura que nos juzguemos igualmente vivos espiritualmente en El. Es un juicio doble. Dios da vida por medio de la muerte. Algunos han atrofiado su vida espiritual haciendo dilación en la primera parte del versículo (Romanos 6:11) y descuidan obedecer la segunda parte. No es justo pensar continuamente en los malos, perversos y pecadores, que somos en nuestro hombre viejo. Hagamos su funeral y enterrémosle y andemos con Dios. Sabe, Júzgate, Ríndete. Son las tres palabras del capítulo seis de Romanos. No debemos rendir nuestros miembros al pecado, sino ofrendarlos en servicio de Dios (versículo 13). Así como antes los presentamos a la iniquidad, así ahora, presentémoslos para santidad. (versículo19). Sería fatuidad si en la iglesia hiciéramos profesión de dedicar nuestros cuerpos a Dios y continuáramos entregando nuestros miembros al pecado, sin rendirnos a El en su servicio. El capítulo 7 de Romanos se considera generalmente el capítulo de derrota, aunque también nos habla de victoria en (los versículos 4, 6 y 25.) La primera parte se refiere a las relaciones del creyente con la ley. Como creyentes hemos muerto a la ley, y sido desposados con Cristo. (Versículo 4) la última parte del capítulo revela la clase de conflicto que existe entre las dos naturalezas del creyente. El Apóstol Pablo ansiaba ser justo, pero sentía dentro de sí la tendencia al mal (versículo 21.) Como discípulo de Cristo quería vivir santamente, pero sentía al mismo tiempo que su hombre viejo se rehusaba a seguirle. Tuvo que reconocer que en la carne no hay nada bueno (versículo 18.) Perplejo buscaba la solución de una unión con Dios (versículo 18.), hasta que angustiado exclamó: “¡Miserable hombre de mi! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?” (Versículo 24.) Se imaginaba ser como un asesino condenado a llevar atado a sí el cadáver de su víctima, mano a mano, brazo con brazo, cara a cara. En tal estado, no podría esperar ayuda, y en su condición se hacía peor por momentos con el estado de disolución y podredumbre del cadáver. Sólo cuando odiemos el propio “yo” en esta forma, hallaremos salvación y libertad en nuestro Señor Jesucristo. (Versículo 25.).

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