Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amen Filipenses 3:20-21

VICTORIA CON EL SANTO ESPIRITU

El capítulo 8 de Romanos es el gran capítulo de la Santa Biblia sobre el Espíritu Santo. En el capítulo 7 el pronombre “yo” se repite 33 veces. En el capítulo 8 el nombre del Espíritu Santo se halla 19 veces.

El primer versículo nos asegura que no existe condenación para aquellos que viven en Cristo Jesús. En el versículo segundo se establece el principio del Espíritu de vida en Cristo, que nos liberta de la ley del pecado y de la muerte. Voy a ilustrarlo con un ejemplo. Tengo en mis manos un libro. Dos leyes físicas gobiernan esta acción. Una la ley de gravitación, que atrae el libro hacia el suelo, pero el libro no cae. ¿Por qué? Lo sostienen mis manos. De igual manera, la ley de pecado y de la muerte, nos atrae al suelo, y caeríamos sin remedio, si un poder externo a nosotros no nos sostuviera. Este es el poder de “la ley del Espíritu de vida” de Cristo Jesús. Así como el libro no tiene de sí mismo poder para contrarrestar la gravitación, que lo atrae al suelo, y no se queda pendiente en el aire, así también no podemos con nuestras fuerzas permanecer justos, y caemos en maldad, a no ser que nos sostenga el poder de Cristo, que mora en nosotros. Hemos de sujetar las acciones de nuestro cuerpo por medio del Santo Espíritu (versículo 13.) Ese espíritu nos fortalece en nuestras debilidades (versículo 26.) Intercede por nosotros conforme a la voluntad de Dios (versículo 27.) Se nos manda en (Efesios 5:18.) que nos llenemos de este Santo Espíritu. Estar lleno de ese Espíritu quiere decir ser controlados por ese Espíritu. La grande obra del Espíritu es glorificar a Jesucristo (Juan 16:14.) Nos lo manifiesta y hace real nuestras vidas. Todas las cartas del Apóstol Pablo pueden dividirse en dos partes distintas. El la primera habla de lo que Dios ha hecho por nosotros; en la segunda, lo que Dios quiere hacer por medio nuestro. En los once primero capítulos de Romanos Pablo habla de las riquezas y recursos que tenemos en Cristo, pero empezando con el capítulo doce nos urge a que aceptemos nuestra responsabilidad para con Dios y nuestro prójimo. Lo primero que Dios nos pide es que presentemos nuestros cuerpos a El como sacrificio vivo (versículo 1). Hasta que hagamos esto, poco podemos hacer de provecho. Después de lo que Cristo ha hecho por nosotros, justo es que lo hagamos. Anotemos que esta exhortación sigue después del capítulo seis de Romanos, y la razón es porque la crucifixión antecede a la consagración. Un “yo” no crucificado, rehúsa permanecer consagrado. Esto explica por qué muchos cristianos perfectamente sinceros procuran una y otra vez consagrar a Dios su “yo” que no ha sido crucificado. Estos deseos no les duran y no saben por qué. No podemos mejorar el plan de Dios. Solo el Suyo da resultado.

Vistas de página en total