Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amen Filipenses 3:20-21

PARABOLA DEL CERDO

La mayoría de las personas gastan su tiempo tratando de educar y reformar su propio “yo”. Se parecen a cierta señora de sociedad que adquirió un cerdito para distracción.

Sus amigas tenían perros y gastos especiales, más ella para diferenciarse tenía un cerdito blanco. Lo bañaba todos los días limpiaba y lustraba sus pesuñas, y le perfumaba con esencias. La vestía con chaqueta azul y guiaba con cadena dorada. La señora creyó que su cerdito estaba bien educado y reformado, distinto de los otros cerdos, evitándole todos sus malos hábitos. Pero un día de paseo empezó a llover y se formaron charcos y lodazales en el camino. El cerdito empezó a oler en derredor y a forzar la cadena. Pronto la rompió y fue directamente al charco más grande, y allí se metió, chaqueta y todo. ¡Y que contento se puso!.... Aunque había sido lavado y perfumado antes, ahora mostraba su verdadera naturaleza, porque se complacía más en el barro y lodazal. Tal inclinación natural nos humilla, cuando nos asemejamos a ese cerdito. Puede ser que seamos educados, cultos y refinados en modales, pero nuestra naturaleza humana continúa siendo la misma, y es incorregible siguiendo al mal. Esta es la causa por qué las películas y la televisión presentan escenas lascivas. Ofrecen lo que la carne quiere. También presentan algunos programas buenos para atraer así a las personas decentes. La carne se manifiesta no sólo en lo que es vil, corrompido y destructor. A veces se presenta también en forma de cultura, refinamiento, talento, religión y hasta consagración. Pero siempre es carne.

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