Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amen Filipenses 3:20-21

NUESTRO “YO” ES EL ENEMIGO MAS PELIGROSO

Con dificultad admitimos esto, y cuando lo decimos, raramente lo sentimos en el corazón. El “yo” se rehúsa a reconocer a Jesús como Señor. El “yo” es el usurpador que quiere reinar en el trono de nuestra alma, en lugar de Cristo, su legítimo Dueño.

 De la manera que las personas maduras del pueblo israelita no pudieron entrar en Canaán, y todos murieron en el desierto por su desobediencia, así también nuestro “yo” tiene que morir antes que podamos poseer nuestra herencia espiritual. La palabra “carne” tiene dos sentidos en el Nuevo Testamento. Uno es el de alimento, que recibimos en la carne de animales. Otro es el que se refiere a lo que somos por naturaleza humana, nuestro hombre viejo, la persona natural que mora en nuestro cuerpo de carne. En este sentido, la carne es reprobada como mala. La Santa Biblia habla de los deseos carnales, de la vileza de la carne, de la debilidad de la carne, de los pecados de la carne. En (Gálatas 5:19 al 21) leemos: “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, disolución, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, banquetes y cosas semejantes a estas”. Es por tanto fácil entender por qué Pablo el apóstol dice en (Romanos 8:8): “Así que, los que están en la carne no pueden agradar a Dios”. El Dr. A. B. Simpson nombra algunos de los vicios simbolizados en los treinta y un reyes enumerados en el capítulo doce de Josué. Algunos de ellos son: terquedad, gratificación propia, egoísmo, alabanza personal, vanidad, atrevimiento, obsesión personal, importancia propia, falsa humildad, venganza. Todos estos reyes tienen que morir, si hemos de poseer la herencia. Si nuestro “yo” nos domina, entonces nos hinchamos con soberbia. Cuando fracasamos, el yo nos hace creer tratados injustamente. Cuando otros tienen éxito, nuestro “yo” envidia y les critica. Toda persona sincera tiene que admitir que nuestro “yo” o la carne es un problema serio. ¿Qué hemos de hacer con este enemigo incorregible? Algunos aconsejan practicar dominio propio. Pero esto se parece al juguete llamado caja de resorte secreto, que tiene bonita apariencia por fuera, pero que al comprimir el resorte, se abra y de repente salta de dentro un figurín espantable. Así es con el creyente. Cuando menos lo piensa, muestra la ruindad de su naturaleza. Otros creen que hemos de destruir ese “yo” responsable, pero la Santa Biblia nos dice que si decimos no tener pecado, nos engañamos a nosotros mismos (y solo a nosotros) y la verdad no está en nosotros. (1 Juan 1:8).

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